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Albergue Belén, espacio de esperanza para los migrantes que llegan a Tapachula

Para entrar al albergue muchos debieron esperar horas y hasta días

por Dubraska Romero
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El albergue sobrepasó su capacidad

(Tapachula, Chiapas)

Los garrafones de agua, cargadores de celulares, cobijas, almohadas, mochilas con algo de ropa y fotografías familiares, utensilios para cocinar y juguetes desgastados se convierten en las más cuidadas y valiosas pertenencias de los venezolanos, nicaragüenses, hondureños, cubanos, haitianos que se encuentran en el Albergue Diocesano Belén, uno de los espacios de acogida de los migrantes que buscan cruzar la frontera de Estados Unidos.  

Hombres, mujeres y niños de diferentes edades, muchos de ellos aún en brazos de sus padres, permanecen sentados en las bancas de la capilla del lugar.

Los que no tienen tanta suerte, se apilan en el suelo. Algunos dicen que quienes tienen más tiempo allí “cobran el espacio”, pero los encargados del lugar niegan que esto suceda.  

El Albergue Diocesano Belén, ubicado en la ciudad de Tapachula, en el estado de Chiapas, al sur de México, es uno de los más socorridos por los migrantes por el buen trato y acompañamiento que reciben, según comentan los mismos alojados. 

Espacios destinados a la oficina de la dirección, coordinaciones y centro de capacitación debieron cederse a los migrantes, porque aunque tiene cabida para albergar a 150 personas, ya súpera las 400.

Antes de la pandemia de COVID-19, el albergue llegó a recibir 600 personas.

Cada vez llegan más venezolanos

Su responsable es el sacerdote César Augusto Cañaveral Pérez, quien también atiende la Dimensión Pastoral de Movilidad Humana en la zona, quien señala que proporcionar acompañamiento a quien llega se convierte en uno de sus principales propósitos.

Para el sacerdote, la política migratoria en México tendría debilidades: “No es ni segura ni ordenada. Aquí estamos en el cuellito de la botella (Tapachula), aquí pasan todos ¿Por qué se crean las caravanas? Es un signo de desesperación”.

Indica que desde enero a la fecha, la presencia de venezolanas registra un incremento cercano al 70%.

Juan Carlos Cañaveral Pérez, administrador del Albergue Belén, explica que ante la falta de capacidad para proporcionar camas a todos los migrantes que llegan, han debido implementar colchonetas en los diferentes espacios, con el propósito de darles cobijo y protección a la mayor cantidad de personas posible.

 “Es lamentable que no podamos dar un servicio a la gente que está afuera, tenemos una capacidad para 150 camas, sin embargo, atendemos más. Los tiempos de muchos de ellos aquí es largo por los trámites”, señala.

Quienes están adentro dicen que es una “bendición” contar con un techo y comida, aunque en el caso de muchos debieron esperar horas y hasta días para ingresar.                                  

“En todos lados tienes que estar bien pendiente de tus cosas, aquí es tranquilo. Pero nunca falta el mañoso. Cuando entramos nos dicen las reglas, y si eres mala conducta vas para afuera y eso está bien”, indica la venezolana Neilin Rodríguez.

Roister José, nacido en el estado Zulia, en Venezuela, también se refiere al buen trato. Tiene dos meses en el lugar, aún no recibe la Visa Humanitaria. Recomienda mantenerse tranquilo, para evitar problemas.

“Salí hace 7 años con mi esposa y dos hijos, primero llegué a Colombia, luego me fui a Perú, después Chile y ahora me vine hasta acá caminando para seguir a Estados Unidos. Acá me tratan bien, nos han prestado apoyo y es bonito conocer personas de otros lados”, sostiene.

El administrador indica que es una responsabilidad brindar protección a todos los que están alojados, pero cuando alguien comete una falta debe irse.

Cuando ingresan al albergue, los migrantes reciben un papel donde se detalla en español, inglés y francés las normas de convivencia que deben observar.

“Se molestan cuando infringen lo establecido y deben retirarse, allí es cuando nos amenazan, y nos dicen que cuando nos encuentren en la calle nos van a golpear”, explica.

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